
Tras el verano muchas personas se proponen “resetear” la alimentación, pero ese enfoque rígido suele tener truco: cuando se aprieta demasiado la cuerda, la tensión acaba saliendo en forma de atracones. Diversas especialistas en conducta alimentaria, como la psicóloga Ana Morales, advierten de que la idea de compensar con dietas exprés puede empujar a comer de manera impulsiva.
No es una cuestión de fuerza de voluntad: el organismo interpreta la restricción severa como una amenaza y activa alarmas. Ese vaivén entre control extremo y pérdida de control no solo deja sensación de vacío o vergüenza; también consolida la comida como vía rápida para calmar emociones incómodas.
Qué es la alimentación emocional y cómo se activa

La alimentación emocional es comer en respuesta a lo que sentimos y no a una necesidad física. Cuando aparece estrés, tristeza, soledad o aburrimiento, el cerebro busca alivio inmediato y, al elegir ciertos alimentos, se libera dopamina que aporta placer momentáneo. Ese efecto es corto y, si se repite, puede sostener un bucle difícil de romper.
Distinguir el tipo de hambre ayuda a salir de la rueda. El hambre física llega de forma gradual y se sacia con opciones variadas; el hambre emocional irrumpe de golpe y suele pedir algo muy concreto (dulces, snacks salados o bebidas azucaradas). Comer por emoción de vez en cuando es humano; el problema surge cuando se convierte en la única estrategia de regulación emocional.
Un gesto práctico marca la diferencia: antes de abrir la nevera, pausa breve y pregunta interna. ¿Es hambre de estómago o de cabeza? Llevar un registro de lo que sentimos antes y después de comer, planificar lo que habrá en casa y practicar atención plena al comer (sabores, olores, texturas) son herramientas que reducen la impulsividad.
Estrés laboral, teletrabajo y picos de ansiedad: lo que dicen los datos

En España, un estudio con 1.000 trabajadores (25-65 años) señala que el 67% come para gestionar el estrés o la ansiedad durante la jornada. La presión, los plazos y la desorganización favorecen asaltos a máquinas de ‘vending’ y elecciones precipitadas que buscan alivio rápido.
Los tiempos también pesan: el 52,4% afirma que la falta de tiempo y organización deteriora la dieta, y casi la mitad reconoce que, bajo presión, come más deprisa, peor o incluso se salta comidas. Un 25,3% improvisa a diario. En puestos de responsabilidad, el 61% no logra hacer pausas regulares para comer y el 68,9% acaba saltándose comidas por acumulación de trabajo. Además, un 34,2% percibe que una dieta adecuada mejora claramente su concentración y productividad.
El teletrabajo aparece con doble cara. Por un lado, facilita cocinar y planificar: el 59,8% dice que su dieta mejora en remoto, un 61% aumenta frutas y verduras y el 35,7% planifica sus comidas. Ese entorno favorece elecciones más tranquilas y menos impulsivas.
Por otro, tener la despensa a mano incrementa el picoteo entre horas (46,5%), especialmente entre menores de 35 años (62%). Si no se acompaña de movimiento, ese picoteo suele traducirse en más calorías y más opciones ultraprocesadas, lo que alimenta el círculo de “subidón y bajón” que lleva a seguir buscando alivio en la comida.
Alternativas realistas para frenar el comer por emociones

El cambio de chip es crucial: cuidarse no es castigarse con dietas imposibles. Las reglas de “nunca más” (nunca pan, nunca dulce, nunca cenas) suelen ser la antesala de un atracón. Mejor avanzar con pasos pequeños y sostenibles.
- En vez de prohibir, empieza sumando: más agua, más fruta, más descanso.
- Vuelve a las rutinas poco a poco: del “playa y helados” al “oficina y menús normales”, sin látigos.
- Antes de comer, pregúntate si es hambre física o emocional; esa pausa ya cambia decisiones.
- Ten a mano opciones de picoteo saludable (fruta, frutos secos crudos) para cortar el impulso.
- Planifica lo básico de la semana y trátate con paciencia; los tropiezos forman parte del proceso.
Las empresas también pueden actuar para reducir la alimentación emocional en su plantilla. Medidas sencillas como garantizar pausas reales para comer (59,7%), ofrecer flexibilidad horaria (56,1%), contar con un espacio adecuado (53,8%) y asegurar agua potable (62,7%) marcan la diferencia. Aún son menos frecuentes los snacks saludables (29,6%), los incentivos a alimentos frescos (28,4%) o el acceso a menús saludables (24,4%). Además, más de cuatro de cada cinco compañías no organizan talleres de alimentación saludable (82,7%). Integrar la nutrición en el bienestar corporativo reduce estrés, mejora el clima y ayuda a cortar el recurso de comer por emociones en plena jornada.
Cuando se entiende que la comida no solo nutre sino que también calma, resulta más fácil colocar cada cosa en su sitio: escuchar señales internas, rebajar el perfeccionismo con la dieta y crear contextos (personales y laborales) que faciliten decisiones serenas. Así, el impulso de comer por emoción pierde fuerza y gana terreno una relación con la comida más amable, realista y sostenible.