Autoestima adolescente en el punto de mira: sobreprotección, pantallas y cómo actuar

  • La sobreprotección genera dependencia y debilita la autoestima; conviene entrenar autonomía con rutinas y responsabilidades.
  • Filtros e imágenes retocadas impulsan comparaciones dañinas; urge promover una mirada crítica en redes.
  • Familias y docentes han de modelar calma, establecer límites consensuados y crear espacios de confianza.
  • Uno de cada siete adolescentes sufre problemas de salud mental; reforzar habilidades sociales reduce soledad no deseada.

Autoestima y bienestar

En la recta final de la infancia y los primeros compases de la juventud, la autoestima de los adolescentes se ve tensionada por dos fuerzas que crecen en paralelo: la sobreprotección bienintencionada en casa y una vida digital colonizada por imágenes retocadas. Lejos de ser un asunto menor, el modo en que se gestione hoy esa presión condicionará su capacidad para tomar decisiones, tolerar la frustración y construir vínculos sanos mañana.

Sobreprotección: cuando ayudar impide crecer

La sobreprotección, aunque nazca del cariño, boicotea el desarrollo de la autoestima: si el adulto resuelve siempre, el menor aprende que no puede por sí mismo. Esta dinámica instala dependencia, eleva la frustración ante los retos propios de la etapa y dificulta aprender de los errores.

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La estrategia recomendada pasa por trabajar la autonomía desde edades tempranas con rutinas y responsabilidades ajustadas a su nivel. Cuando un chico participa en tareas diarias, planifica su tiempo y responde por sus compromisos, internaliza que es capaz y ese logro alimenta su autoconcepto.

Los límites no son lo contrario de libertad, sino su andamiaje: acordar normas con consecuencias lógicas facilita que el adolescente entienda la relación entre conductas y resultados, y asuma la responsabilidad sin castigos arbitrarios.

Redes, filtros y el espejo deformado

El ecosistema digital exhibe, sin descanso, cuerpos y vidas filtradas. La exposición sostenida a imágenes retocadas, como el anuncio Dove, puede disparar comparaciones sociales poco realistas y afectar el estado de ánimo, erosionando la seguridad personal cuando la apariencia se convierte en vara de medir.

Expertos en psiquiatría y psicología infantil subrayan que el acompañamiento ha de ser doble: tecnológico y emocional. Esto incluye limitar el tiempo de pantalla, diversificar el ocio (deporte, lectura, actividades creativas) y conversar sobre lo que ven, cómo se edita y por qué no deben equiparar su valor con un estándar imposible.

Hablar abiertamente de diversidad corporal en casa y en el aula normaliza la diferencia y reduce la presión por encajar en moldes estrechos; reconocer habilidades, talentos y logros no vinculados al físico protege el autoconcepto frente al vaivén de los likes y puede apoyarse en ejemplos donde niños y adolescentes muestran cicatrices con orgullo.

Familias y escuela: plan de acción compartido

El hogar y el centro educativo son decisivos para construir un colchón de seguridad emocional. Cuando adultos de referencia ejercen como modelo, muestran calma reguladora y cuidan su propio discurso sobre el cuerpo, dan un mensaje coherente sobre la aceptación social que vale más que cualquier charla.

Crear espacios de confianza sin juicios donde puedan hablar de sus dudas, miedos y comparaciones favorece que pidan ayuda a tiempo y reduce el ostracismo. En paralelo, conviene reforzar habilidades sociales que faciliten pertenencia en el grupo de iguales sin renunciar a la propia identidad.

  • La autoestima no depende solo del aspecto: visibiliza capacidades, esfuerzos y progresos.
  • Actividades sin pantallas para ampliar fuentes de placer y logro personal.
  • Modelado adulto: uso equilibrado de dispositivos y lenguaje corporal positivo.
  • Conversaciones guiadas sobre imágenes consumidas y valores personales.

Todo ello gana eficacia si se acompaña de un lenguaje interno más amable: tratarse con la misma compasión que se ofrecería a un amigo, reencuadrar fallos como oportunidades de aprendizaje y celebrar avances en el crecimiento personal, por pequeños que sean.

Cerebro en obras, límites acordados

La neurociencia recuerda que la corteza prefrontal, que coordina el control de impulsos y la planificación, está madurando en la adolescencia, por eso conviene entrenar la mente. No se trata de excusar conductas, sino de entender por qué necesitan más guía, paciencia y estructura para tomar buenas decisiones.

Desde ese marco, los límites consensuados actúan como faros: anticipar qué se espera y qué ocurre si no se cumple reduce conflictos y evita negociaciones eternas. Así, el adolescente gana certidumbre y aprende a autorregularse con práctica, no solo con sermones.

Soledad, pertenencia y salud mental

Las cifras internacionales alertan de un repunte de problemas psicológicos y trastornos alimentarios en menores: uno de cada siete adolescentes enfrenta dificultades de salud mental. Entre los factores de riesgo, destacan el aislamiento, la soledad no deseada y las pobres habilidades sociales, a menudo agravadas por un uso pasivo de redes.

La respuesta más efectiva combina redes de apoyo seguras (familia, amistades, escuela), acceso temprano a orientación profesional cuando haga falta y una cultura del cuidado que valide emociones sin sobredimensionar los tropiezos, apoyada por películas que hablan sobre las emociones. La pertenencia real —no solo digital— amortigua la comparación y refuerza la autoestima.

Autoestima fuerte no equivale a blindaje emocional, sino a una base sobre la que experimentar, equivocarse y volver a intentarlo. Con autonomía entrenada, límites claros, mirada crítica ante las pantallas y adultos que acompañan con serenidad, la etapa adolescente deja de ser un campo minado y se convierte en un terreno fértil para crecer con ejemplos de superación y perseverancia.