En Canadá, los experimentos sobre cómo el cerebro genera experiencias espirituales han abierto la puerta a un mundo fascinante de descubrimientos que intentan explicar las conexiones entre la neurociencia, la espiritualidad y la religión. A través de investigaciones pioneras, científicos como Michael Persinger han explorado los mecanismos cerebrales responsables de las vivencias que históricamente se han interpretado como místicas o divinas. Este interés por descifrar cómo el cerebro humano experimenta lo que llamamos trascendencia y espiritualidad ha marcado un antes y un después en nuestro entendimiento de la mente.
Los experimentos canadienses: el nacimiento del «casco de Dios»
En un laboratorio en Canadá, Michael Persinger, uno de los principales defensores de la neuroteología, diseñó un método único para estimular el lóbulo temporal. Este método emplea un dispositivo llamado popularmente «el casco de Dios», el cual genera campos magnéticos específicos que afectan directamente esta región del cerebro. Persinger buscaba recrear en condiciones controladas las experiencias espirituales, desde sensaciones de paz hasta encuentros con «presencias» misteriosas.
El procedimiento involucra colocar a los voluntarios en una cámara acústica totalmente aislada y oscura, con los ojos vendados. Esto asegura que los estímulos externos no interfieran con las pruebas. Luego, los campos magnéticos se aplican en frecuencias determinadas, lo cual induce una variedad de sensaciones y experiencias que los participantes describen como profundamente espirituales. Según los informes, algunos de estos momentos implican la percepción de túneles de luz, cambios en la forma del cuerpo, vibraciones y hasta «salirse del cuerpo».
Neuroteología: la intersección entre ciencia y religión
El campo de la neuroteología, también conocido como neurociencia espiritual, busca entender qué zonas del cerebro participan en las experiencias religiosas y espirituales. A través de técnicas avanzadas como la resonancia magnética funcional (fMRI), los investigadores han identificado regiones clave como el lóbulo temporal, el núcleo accumbens y la corteza prefrontal medial, que se activan durante estas experiencias.
Andrew Newberg, un prominente neurocientífico, exploró cómo actividades como la meditación y la oración afectan estas regiones cerebrales. Sus estudios mostraron que el lóbulo parietal se «apaga» durante la meditación profunda, un fenómeno que los participantes describieron como un sentimiento de fusión con el universo o con lo divino.
Además, investigaciones recientes han señalado que estímulos como el canto, los rituales religiosos, o incluso el consumo de sustancias enteógenas pueden inducir estados alterados de conciencia. Esto se relaciona con picos en los niveles de dopamina, serotonina y endorfina en el cerebro, que generan sensaciones de euforia y conexión trascendental.
¿Qué pasa en el cerebro durante las experiencias espirituales?
Estudios realizados en diferentes contextos han llevado a descubrimientos reveladores sobre las funciones cerebrales durante vivencias espirituales:
- El lóbulo temporal: es fundamental en la percepción de lo místico. Lesiones en esta región, como en pacientes de epilepsia, han revelado que estas personas suelen tener visiones o encuentros «místicos» durante episodios críticos.
- Núcleo accumbens: forma parte del circuito de recompensa del cerebro, asociado al placer y las emociones intensas. Durante experiencias religiosas, esta región se activa, generando sentimientos de paz y felicidad.
- Corteza prefrontal medial: involucrada en la toma de decisiones, razonamiento ético y juicios morales, tiene un rol crucial en la representación de las experiencias divinas como algo real.
Por ejemplo, durante un experimento con mormones devotos, monitoreados mientras rezaban o meditaban, los investigadores notaron que sus corazones latían más rápido y su respiración se profundizaba, un reflejo físico de la intensa emoción espiritual que sentían.
¿Cómo influye la cultura y la genética en estas experiencias?
Las creencias religiosas y espirituales no solo son un fenómeno cultural, sino que también están influenciadas por la biología. Investigaciones han sugerido que ciertas personas están «cableadas» genéticamente para tener predisposición hacia estas experiencias. Estas mismas características pueden explicar por qué algunos individuos son más espirituales que otros.
A nivel cultural, las religiones y las prácticas contemplativas proporcionan un contexto que refuerza estas experiencias. Por ejemplo, los cantos gregorianos, las danzas místicas sufíes o los mantras budistas potencian la activación de regiones cerebrales específicas que promueven la percepción de conexión espiritual.
Más allá del cerebro: las implicaciones éticas y filosóficas
Si bien los descubrimientos científicos han aportado avances significativos, también han planteado preguntas éticas y filosóficas profundas. ¿Significa esto que nuestras experiencias de trascendencia son simplemente reacciones químicas en nuestro cerebro? ¿Pierden las creencias religiosas su valor subjetivo al ser analizadas desde una perspectiva neurológica?
Estos cuestionamientos han llevado a especialistas como Francisco J. Rubia a defender que la espiritualidad es una facultad humana intrínseca, que no necesariamente depende de la religión organizada. Según Rubia, incluso los ateos son capaces de experimentar momentos de profunda conexión con el arte, la música o la naturaleza.
La ciencia está lejos de agotar las maravillas de la espiritualidad humana. La neuroteología y otros campos relacionados continúan revelando la complejidad de la relación entre el cerebro y las vivencias trascendentales, añadiendo nuevas capas de entendimiento a lo que nos hace profundamente humanos.