La posibilidad de detectar el Alzheimer cuanto antes ya no es un deseo lejano: hoy, identificar señales tempranas y actuar a tiempo resulta clave para acceder a nuevos abordajes y planificar cuidados con cabeza. Mientras crece el número de personas afectadas, según datos sobre el Alzheimer, hospitales y sociedades científicas coinciden en que la ventana de oportunidad está en las fases iniciales.
En paralelo, en Europa se han autorizado o valorado positivamente terapias dirigidas a quienes están al principio del proceso neurodegenerativo, lo que acelera un cambio de paradigma. Cuanto mejor funcione el diagnóstico precoz, mayor será la capacidad de ofrecer opciones eficaces y un seguimiento seguro.
Por qué urge detectar el Alzheimer antes
Dos anticuerpos dirigidos a la beta-amiloide, lecanemab y donanemab, han marcado un punto de inflexión porque su uso se plantea en personas con deterioro cognitivo leve o demencia leve. No revierten daños ya establecidos, de modo que localizar la enfermedad en su estadio temprano se vuelve imprescindible para maximizar el beneficio potencial.
Los equipos clínicos subrayan que un diagnóstico temprano permite iniciar medidas terapéuticas y no farmacológicas, reducir eventos indeseados (como pérdidas o desorientaciones) y anticipar decisiones personales y familiares. Además, alivia costes y colapsos al sistema sanitario al racionalizar circuitos de atención y seguimiento.
En España, neurólogos de centros de referencia señalan que aún hay demoras desde la sospecha hasta la valoración especializada. El tiempo en consulta, la coordinación y la disponibilidad de recursos (incluidas resonancias para monitorizar seguridad de nuevos tratamientos) aparecen como cuellos de botella que hay que resolver.
Las instituciones y asociaciones de pacientes también ponen el foco en la equidad territorial. Persisten diferencias según el código postal para llegar a un diagnóstico certero y a tiempo; por eso, protocolos claros y criterios de acceso homogéneos son prioridades compartidas.

Nuevas herramientas para el diagnóstico precoz
En la práctica clínica ya se emplean análisis de sangre que miden p-tau217, un biomarcador cerebral que se eleva desde fases iniciales del Alzheimer. Esta vía simplifica el cribado respecto a procedimientos más complejos, al tiempo que acerca la detección a más personas con quejas de memoria o síntomas incipientes.
Para confirmar y caracterizar la patología, la imagen molecular sigue siendo decisiva. La tomografía por emisión de positrones y los escáneres PET/CT con trazadores específicos permiten visualizar placas amiloides y cambios en tau antes de que el daño sea irreversible, mientras que la resonancia magnética contribuye a descartar otras causas y a vigilar posibles efectos adversos de terapias.
La inteligencia artificial está acelerando el desarrollo de tests cognitivos breves y el análisis automatizado de imágenes, lo que facilita el cribado y mejora la eficiencia en entornos con alta demanda. Este apoyo tecnológico, bien integrado en los circuitos de derivación, puede reducir esperas y priorizar casos con más probabilidad de Alzheimer.
También surgen soluciones digitales para ciudadanos mayores de 55 años que ofrecen autoevaluaciones de memoria orientadas al cribado. Se trata de herramientas que, sin sustituir al médico, actúan como alerta inicial y animan a consultar cuando aparecen señales de alarma. Su adopción creciente y el aval de sociedades científicas refuerzan su papel como complemento responsable.
La participación en ensayos clínicos que utilizan biomarcadores en sangre para preseleccionar candidatos se ha intensificado en centros españoles, integrando un circuito: análisis inicial, confirmación con técnicas de referencia y, en su caso, inclusión en estudios que exploran estrategias para retrasar la aparición de síntomas.

Imagen avanzada y seguimiento en fases tempranas
Actualmente, el diagnóstico de Alzheimer se apoya en la demostración de biomarcadores de amiloide y tau. El PET permite visualizar y cuantificar estas alteraciones con gran precisión; combinado con PET de glucosa y resonancia magnética, ofrece un mapa más completo de la afectación cerebral.
La resonancia cobrará aun más relevancia en la era de las terapias modificadoras, al ser imprescindible para monitorizar seguridad y evolución. Este nuevo estándar exige ampliar agendas, optimizar flujos y dotar de personal y equipos a los hospitales con alto volumen de pacientes.
El uso de algoritmos de IA en imagen y neuropsicología puede automatizar tareas repetitivas, homogeneizar informes y ayudar a los clínicos a tomar decisiones basadas en datos, especialmente en contextos con escasez de profesionales especializados.
Las barreras que hay que resolver
Expertos de distintas especialidades coinciden en varios obstáculos: falta de tiempo en consulta, carencias de coordinación entre niveles asistenciales, déficit de geriatras y personal de enfermería especializado, e infraestructuras que no crecen al ritmo de la demanda.
En Atención Primaria pueden acumularse meses hasta la derivación adecuada, y después otro tanto hasta la primera visita en Neurología o Geriatría. Protocolos de derivación conocidos y aplicados, circuitos de cribado con biomarcadores y uso inteligente de la IA ayudarán a acortar estos plazos.
La expansión de tratamientos para fases iniciales obliga a asegurar acceso equitativo, formación específica y capacidad tecnológica (PET/CT, resonancias, laboratorios). Además, se requieren criterios claros de elegibilidad y vigilancia para minimizar riesgos y garantizar un seguimiento estructurado.
Asociaciones y parlamentos autonómicos han subrayado la importancia del diagnóstico temprano y una atención con enfoque específico a las demencias. Estas iniciativas reclaman información accesible y apoyo a cuidadores, así como recursos estables que eviten la desigualdad territorial.
Qué está cambiando en la práctica clínica
En la última década se ha pasado de pruebas invasivas o costosas como primera línea a itinerarios escalonados: valoración clínica, analítica de p-tau217, confirmación con imagen cuando procede y planificación terapéutica y social. Este enfoque, más realista, permite cubrir a más población y reduce el infradiagnóstico en fases iniciales.
Los hospitales españoles participan en proyectos internacionales que evalúan biomarcadores sanguíneos y circuitos de preselección con análisis simples. Cuando el resultado inicial sugiere alto riesgo, se propone la confirmación diagnóstica y, si encaja, la participación en ensayos que buscan frenar la progresión antes de que el daño sea mayor.
A medida que estas estrategias se consoliden, se prevé que el acceso al diagnóstico temprano se extienda “como una mancha de aceite”: empezando por grupos bien definidos y ampliándose conforme maduren los recursos, la logística y la experiencia clínica.
Todo apunta a un escenario en el que detectar pronto será tan habitual como medir el colesterol en prevención cardiovascular: cribados dirigidos, pruebas accesibles y decisiones informadas para evitar que el Alzheimer avance hacia la discapacidad.
Con biomarcadores en sangre, imagen avanzada, apoyo de la IA y circuitos asistenciales más ágiles, el diagnóstico precoz del Alzheimer deja de ser una quimera para convertirse en una hoja de ruta compartida. El reto es aterrizarlo sobre el terreno: más recursos humanos, tecnología disponible, protocolos claros y coordinación real entre niveles para que cada persona llegue a tiempo.