Efectos de la soledad en la salud: qué dice la ciencia y cómo afrontarlos

  • La soledad y el aislamiento social elevan el riesgo de demencia, enfermedades cardiovasculares, ictus, depresión y mortalidad.
  • España afronta un alto coste sanitario y social por la soledad no deseada, con impacto en AVAC, medicación y uso de servicios.
  • La evidencia respalda intervenciones individuales, comunitarias y políticas públicas para fortalecer la conexión social.
  • La tecnología, el apoyo profesional y los hábitos saludables reducen la soledad, pero no son soluciones únicas por sí solas.

Efectos de la soledad en la salud

Somos seres profundamente sociales y, nos guste o no, nuestra salud depende en buena medida de la calidad de nuestras relaciones. Desde la infancia necesitamos a otros para madurar física y mentalmente, y en la vida adulta seguimos invirtiendo gran parte del tiempo en interactuar: trabajos en equipo, vida familiar, conversaciones digitales… hay estimaciones que sitúan entre el 80% y el 90% de nuestro tiempo activo en intercambio social. Cuando esa conexión falla o se rompe, el bienestar se resiente.

Conviene diferenciar conceptos para no mezclarlo todo. Estar solo no equivale necesariamente a sentirse solo. Hay personas que disfrutan de su espacio sin ver a nadie durante días, y otras que, aun rodeadas de gente, se sienten profundamente desconectadas. La clave es subjetiva: si alguien dice que se siente solo, para efectos de su salud, lo está. La soledad elegida puede ser creativa y liberadora, pero cuando se impone o se prolonga, el impacto sobre el cuerpo y la mente puede ser serio.

¿Qué entendemos por soledad y en qué se distingue del aislamiento social?

La Real Academia Española define la soledad como la carencia voluntaria o involuntaria de compañía, e incluso como el pesar por la ausencia o pérdida de alguien. Organismos como la OMS y los NIH subrayan que la soledad (sentimiento doloroso de desconexión) difiere del aislamiento social (pocos contactos regulares). Se puede vivir solo sin sentirse solo, y sentirse solo estando acompañado; el matiz importa, porque guía la prevención y el tratamiento.

Además del plano emocional, esta experiencia tiene aristas funcionales: sentirse solo con frecuencia se acompaña de dificultades para dormir, pensar con claridad o cuidarse. Con el tiempo, esa carga sostenida eleva hormonas del estrés, favorece la inflamación crónica y deprime la inmunidad, un cóctel que abre la puerta a problemas de salud más serios.

La prevalencia no es menor. Hay estimaciones que sitúan a hasta el 10,5% de la población informando soledad; la cifra aumenta con la edad: más de un tercio de las personas de 45 años o más la experimenta, y hasta una cuarta parte de la población geriátrica vive aislamiento social. En España, los datos más recientes la sitúan entre los grandes retos sociales: el 20% de la población sufre soledad no deseada, con mayor impacto en mujeres.

La soledad también puede ser, como planteaba Winnicott, una capacidad: estar a solas sin sentirse abandonado. Esa “solitude” elegida es distinta de la “loneliness” ligada al desamparo. Aprender a reconocer esa frontera ayuda a no patologizar todo tiempo en solitario, y a detectar cuándo el retiro deja de ser nutritivo.

Diferencia entre soledad e aislamiento social

Quién tiene más riesgo de sentirse solo

La soledad puede afectar a cualquiera, pero hay factores que la vuelven más probable: vivir solo, carecer de compañía diaria, tener problemas de salud, no contar con red comunitaria, desempleo, teletrabajo con comunicación principalmente electrónica o percibir que las relaciones que se tienen no son significativas.

A lo largo del ciclo vital aparecen picos: en torno a los 25-30 años por cambios vitales (nuevos trabajos, mudanzas), en la mediana edad por alteraciones de salud propias o del entorno, y en la vejez por pérdidas y dependencia funcional. Estudios en Europa detectan, además, diferencias culturales: en el sur, la soledad en mayores es más alta que en el norte, probablemente por expectativas distintas de apoyo familiar y social.

Los datos de 2024 en España dejan claro que no es un fenómeno pasajero: dos de cada tres personas (67,7%) llevan solas más de dos años, y un 59% más de tres. Golpea con mayor fuerza a personas con discapacidad (50,6%), de origen migratorio (32,5%) o LGTBI+ (34,4%). La mitad de quienes tienen problemas de salud mental reportan soledad no deseada (49,8%).

En adolescentes y adultos jóvenes, pesan variables como bajo apoyo social percibido y problemas de autoestima adolescente, dificultad para aceptar o no tener pareja. En adultos, se han observado asociaciones con ser soltero, ser inmigrante (especialmente en mujeres) y niveles educativos y económicos bajos. Todo ello no “condena”, pero sí alerta para detectar a tiempo y actuar.

Qué le hace la soledad al organismo: del estrés a la inflamación

La ciencia ha identificado vías biológicas por las que la soledad sostenida impacta el cuerpo. Se han descrito alteraciones funcionales en células, aumento de la resistencia vascular (los vasos se oponen más al flujo sanguíneo) y un incremento de la actividad simpático-adrenérgica, que se traduce en cambios inflamatorios, inmunitarios y neuromusculares. Todo ello se acompasa con patrones de sueño peores y mayor reactividad al estrés.

Los efectos clínicos no tardan en aflorar. Un metaanálisis en PLOS Medicine, con 148 líneas de investigación y más de 300.000 participantes, mostró que quienes tienen lazos sociales sólidos presentan hasta un 50% más de probabilidad de supervivencia. En la otra cara, el aislamiento se ha vinculado con una reducción de esperanza de vida de hasta 15 años, en magnitud comparable a fumar u obesidad.

Entre las patologías relacionadas destacan varias. La demencia: los CDC informan de un aumento del riesgo de hasta el 50% en personas con soledad, con asociaciones a menor volumen cerebral y peor desempeño en funciones ejecutivas. El accidente cerebrovascular (isquémico por bloqueo o hemorrágico por ruptura) eleva su probabilidad en torno a un 32% en personas solas. La enfermedad cardiovascular (enfermedad coronaria, arritmias, problemas del músculo cardiaco o válvulas) aumenta alrededor de un 29% en contexto de soledad y aislamiento.

La lista sigue: mayores tasas de depresión y ansiedad, más diabetes tipo 2, hipertensión, síndrome metabólico, declive cognitivo e incluso mayor mortalidad por distintas causas. No nos engañemos: no es “solo” un malestar anímico, es un determinante social de la salud con consecuencias tangibles.

Riesgos de salud asociados a la soledad

Mayores, audición y cerebro: por qué el riesgo se dispara con la edad

En la vejez se suman factores: pérdida de audición, visión o memoria, limitaciones de movilidad, duelo por amigos o pareja (ver cómo elaborar el duelo), cambios de vivienda y jubilación. Las personas mayores solas o aisladas usan más urgencias, pasan más días ingresadas y tienen más reingresos. Además, el aislamiento social y la soledad están vinculados a peor salud cerebral y mayor riesgo de demencia (especialmente Alzheimer).

La pérdida auditiva no tratada complica conversar, genera frustración y retraimiento, y empuja al aislamiento. Vale la pena descartarla y actuar: audífonos, terapia, fármacos o cirugía pueden ayudar, igual que adaptar la comunicación en el entorno. Recuperar la conversación reduce soledad y mejora la participación, como promueve la amistad intergeneracional.

Cuando la soledad se cronifica, se instala un dolor emocional que cambia cómo vemos el mundo. La respuesta de estrés que se activa se parece a la del dolor físico; mantenida en el tiempo, contribuye a inflamación crónica e inmunidad reducida, abriendo la puerta a enfermedades crónicas y mayor susceptibilidad a infecciones.

Y ojo con la funcionalidad cotidiana: menos actividad social y pasar casi todo el tiempo a solas se asocian con dificultades para conducir, gestionar dinero, tomar medicación o cocinar. En demencia, mantener la conexión con familiares y vecinos no es accesorio, es parte del cuidado.

España: coste sanitario, social y económico de la soledad no deseada

Un informe promovido por la Fundación ONCE y el Observatorio Estatal de la Soledad No Deseada cuantificó el impacto en nuestro país. La soledad no deseada afecta al 13,4% de la población (14,8% mujeres; 12,1% hombres). En el 79,1% los motivos son externos (falta de apoyo familiar y social 57,3%; causas laborales 11,1%; entorno 8,6%; cuidados 2,1%); en el 19,1% son internos (dificultades para relacionarse 12,7%; mala salud física o mental 4,9%; discapacidad 1,5%).

En salud, quienes están solos muestran mayor prevalencia de enfermedades crónicas, en particular depresión (39,3%), ansiedad crónica (37,8%) y cardiovasculares (21,6%). La percepción de salud también cae: el 50,3% la califica como regular, mala o muy mala. La hiperfrecuentación sanitaria y el mayor consumo de psicofármacos son otro rasgo: uso de “tranquilizantes/relajantes” en el 33,1% (media 15 envases; 124,36€ anuales) y de “antidepresivos/estimulantes” en el 23,5% (media 16 envases; 285,09€).

En euros, el coste total anual estimado asciende a 14.141 millones (1,17% del PIB 2021). Los costes sanitarios directos suman 6.101 millones (495,9 millones en medicación; 5.605,6 millones por uso de servicios). Las pérdidas de producción alcanzan 8.039,6 millones (0,67% del PIB), con 848 muertes prematuras asociadas y 6.707 años potenciales de vida productiva perdidos.

El impacto intangible también se mide: cerca de 1 millón de AVAC (Años de Vida Ajustados por Calidad) perdidos por reducción de calidad de vida no asociada a mortalidad, y 17,9 mil AVAC anuales por muertes prematuras, de los que el 62% corresponde a hombres. Cuidado con la interpretación: el propio estudio advierte limitaciones muestrales, por lo que podría tratarse de una estimación a la baja.

Cómo se siente la soledad y qué señales da

La vivencia varía: hay quien la describe como dolor punzante, vacío o tristeza, y quien habla de incomprensión o no encajar. Puede ser transitoria, pero si se alarga hablamos de soledad crónica. Suele coexistir con ansiedad o depresión, pero no siempre: muchas personas “solo” refieren retraimiento, apatía, irritabilidad o rutinas que poco a poco dejan fuera el contacto social significativo.

Desde el enfoque clínico, conviene mirar también al estigma: los trastornos mentales arrastran estereotipos y prejuicios que dificultan el apoyo social, bajan la autoestima y empeoran la adherencia a tratamientos. Ese estigma alimenta el aislamiento, y el aislamiento agrava los síntomas: un círculo vicioso que hay que romper.

Lo que nos dice el cerebro: la soledad cambia cómo procesamos el mundo

Un estudio con resonancia magnética funcional en estudiantes universitarios encontró que las personas que se sienten muy solas muestran respuestas neuronales distintas, especialmente en la red en modo por defecto, implicada en perspectivas compartidas y significado subjetivo. Tras ver vídeos durante el escáner y medir la Escala de Soledad de UCLA, se observó que las diferencias persistían incluso controlando por amistades, aislamiento objetivo y demografía.

La conclusión es potente: procesar el mundo de forma idiosincrásica puede contribuir a la sensación de “no me entienden”. Esto no culpabiliza a nadie, pero sí sugiere vías: favorecer experiencias compartidas, crear espacios donde ser comprendido y trabajar el diálogo interno (para no caer en sesgos negativos) puede ayudar a reconectar.

Estrategias prácticas para reducir la soledad (paso a paso y con cabeza)

Pequeños cambios suman para aprender cómo superar la soledad. No hace falta apuntarse a todo a la vez; mejor empezar por algo manejable y sostenido. Algunas opciones:

  • Voluntariado. Refugios de animales, bancos de alimentos o asociaciones locales suelen necesitar manos: pasear perros, ordenar estanterías, acompañar personas mayores…
  • Grupos de encuentro. Plataformas como www.meetup.com agrupan desde senderismo o juegos de mesa hasta cafés temáticos. La clave es coincidir con intereses.
  • Mascotas. Si puedes cuidarla, una mascota es compañía y rutina. Elige la especie y el nivel de cuidado que encajen con tu vida.
  • Higiene del pensamiento. Identifica pensamientos en bucle tipo “no les gusto” y redirige el foco a evidencias alternativas (“hoy he hablado con…”). No es magia, pero cambia conductas.
  • Apoyo profesional. Un psicólogo o psiquiatra ayuda si la soledad te supera o te cuesta funcionar en el día a día. Cuando hay depresión o ansiedad, el abordaje clínico es prioritario.

En lo cotidiano: cuida lo básico (sueño 7-9 horas, alimentación, ejercicio). Muévete al menos 150 minutos semanales a intensidad moderada (caminar rápido, bici ligera), y, si puedes, hazlo en compañía (club de caminata, gimnasia con un amigo).

La tecnología puede ser aliada si se usa con propósito: videollamadas, altavoces inteligentes o robots de compañía acercan a quienes están lejos, pero la meta es que estimulen vínculos fuera de internet. En España, la mitad de la población considera que la tecnología ayuda a sentirse más acompañado, y más del 80% la ve útil cuando facilita relaciones presenciales. No obstante, no es solución única.

Si tienes demencia (o cuidas de alguien que la tiene) y vives solo

Hay medidas sencillas que marcan diferencia: identificar un vecino o persona de confianza como contacto de emergencia que haga visitas regulares (o videollamadas), mantener una agenda de apoyos comunitarios y a domicilio, y facilitar el uso básico de tecnología para conectar con familia y amigos.

Los grupos de apoyo y los “cafés de la memoria” (espacios seguros para personas con deterioro cognitivo y cuidadores) ayudan a socializar sin juicio. Pregunta en tu centro de salud, servicios sociales o asociaciones locales; existen programas públicos y del tercer sector pensados para ello.

Hablar con el médico sobre soledad: por qué importa y cómo hacerlo

Contarlo en consulta es útil. Explica cómo te sientes física, emocional y mentalmente, y menciona cambios vitales (duelos, separaciones, jubilación). Ser honesto con hábitos (sueño, alcohol, tabaco, actividad física) permite a los profesionales ajustar el tratamiento y derivarte a recursos adecuados (psicología, trabajo social, programas comunitarios).

Existen centros y líneas de referencia impulsados por instituciones sanitarias (como el centro ADEAR del NIA para demencias en EE. UU.) que ofrecen información actualizada y derivación a recursos locales. En España, servicios de salud, ayuntamientos y entidades sociales disponen de programas de acompañamiento y prescripción social; pregunta en tu centro de salud.

Autorregulación, estilo de vida y estigma: tres piezas que encajan

La evidencia sugiere que la soledad se asocia con peores habilidades de autorregulación, lo que empuja a conductas de riesgo (sedentarismo, tabaco, dieta pobre). A la inversa, entrenar esa capacidad para superar obstáculos (rutinas, objetivos alcanzables, autocuidado) mejora la adherencia a hábitos saludables y amortigua el impacto de la soledad.

El estigma en salud mental añade una capa: discriminación, baja autoestima y peor pronóstico clínico. Combatirlo con campañas públicas, educación y contacto social significativo no es cosmética: mejora síntomas, funcionamiento y calidad de vida. De nuevo, círculo virtuoso frente a círculo vicioso.

Una mirada global: qué propone la OMS y qué ya funciona

La desconexión social (soledad y aislamiento) es una amenaza sanitaria real. Casi una de cada seis personas en el mundo declara sentirse sola, con tasas aún mayores en jóvenes y países de renta baja. Entre 2014 y 2019, la soledad se asoció con más de 871.000 muertes anuales (100 por hora). La Comisión de la OMS sobre Conexión Social ha trazado una hoja de ruta con cinco pilares: políticas, investigación, intervenciones, medición y compromiso social.

¿Qué significa en la práctica? Integrar la conexión social en salud, educación y trabajo; invertir en investigación aplicada para saber qué funciona; desplegar intervenciones costo-efectivas y culturalmente pertinentes; medir mejor para seguir el problema y los avances; y movilizar a la sociedad contra el estigma y la indiferencia.

Ya hay ejemplos inspiradores: apoyo entre pares a mayores con bajos ingresos en Sudáfrica; prescripción social en la República de Corea (narración musical, jardinería, grupos de autoayuda); conexión social integrada en políticas de desarrollo en Djibouti; su incorporación en políticas de envejecimiento en Albania y de salud mental en España; estrategias nacionales en Alemania, Dinamarca, Finlandia, Japón, Países Bajos y Suecia; y campañas de pequeños actos de bondad como el poder de un abrazo en Australia, Estados Unidos y Gran Bretaña.

El mensaje de fondo es claro: la salud social es tan esencial como la física y la mental. Postergarla sale carísimo en sufrimiento, años de vida y euros. Priorizarla multiplica la cohesión, la resiliencia y hasta la productividad.

Rol de la comunidad y de la tecnología: aliados, no sustitutos

La sociedad española lo tiene claro: la lucha contra la soledad debe ser prioridad pública y responsabilidad compartida, basada en la solidaridad emocional. La tecnología ayuda cuando estrecha lazos reales, no cuando los reemplaza. Aplicaciones, redes y dispositivos son útiles si llevan a quedar, caminar, aprender o colaborar con otros. En paralelo, barrios activos, centros comunitarios, bibliotecas y asociaciones son el tejido que sostiene la pertenencia.

La soledad no deseada es prevenible y tratable si se aborda en varios niveles: lo personal (hábitos y pedir ayuda), lo clínico (detección, tratamiento y prescripción social) y lo colectivo (políticas y programas). No hay una fórmula única, pero sí un hilo conductor: reconectar con uno mismo y con los demás con pasos pequeños y constantes, apoyándose en la evidencia y en la comunidad.

la importancia de los animales en nuestra vida diaria
Artículo relacionado:
La relación entre los animales y los humanos: Un vínculo inquebrantable