Hemos sido educados básicamente a partir de condicionamientos, atribuciones y mandatos que han moldeado nuestra percepción del mundo y nuestra interacción con él. Frases como «eres de esta manera», «eres como tu padre», «eres torpe» nos condicionaron desde la infancia, creando un conjunto de creencias sobre nosotros mismos que, en muchas ocasiones, son falsas y limitantes.
El problema radica en poner más énfasis en lo que creemos en lugar de lo que podemos crear. Nuestro cerebro, como un instrumento de aprendizaje, tiene dos capacidades innatas fundamentales: la comprensión y la memoria. Ambas son esenciales para procesar nuestras experiencias pasadas, pero rara vez las usamos de manera equilibrada.
La memoria: El rey de nuestra mente
La memoria nos permite retener experiencias para evitar peligros y tomar decisiones. Sin embargo, hemos glorificado la memoria, convirtiéndola en el eje central de nuestras vidas. Por ejemplo, al observar un árbol, en lugar de percibirlo plenamente, lo asimilamos a recuerdos o categorías preexistentes en nuestra mente. Este mecanismo puede limitar nuestra capacidad de vivir el presente, encerrándonos en patrones del pasado.
En vez de equilibrar la memoria con la comprensión, vivenciamos las cosas a través del filtro de nuestras experiencias previas. Esto puede ser útil para evitar errores, pero también puede condicionar nuestra forma de ver el mundo, restringiendo nuestra libertad para reaccionar de manera original y genuina.
El poder de la comprensión
Mientras que la memoria retiene, la comprensión nos permite interpretar, permanecer y vivir plenamente el presente. Sin embargo, hemos olvidado esta capacidad esencial de nuestra mente. No sabemos simplemente ser, mirar una flor, un objeto o un instante sin reinterpretarlo o cargarlo con significados históricos.

Cuando permitimos que nuestra mente comprenda sin ataduras al pasado, tanto nuestro mundo interno como externo se vuelven libres y espontáneos. En este estado, nuestras reacciones no están condicionadas, y podemos interactuar con el mundo de una manera más auténtica y creativa.
El impacto de las experiencias pasadas en la percepción actual
Las emociones asociadas con nuestras experiencias pasadas tienen un impacto profundo en nuestras decisiones y en cómo interpretamos el mundo. Según estudios psicológicos, estas experiencias pueden influirnos de dos maneras principales:
- Sesgo emocional: Nuestras emociones actuales pueden ser una extensión de lo vivido, generando reacciones automáticas ante circunstancias similares.
- Recuerdos prevalentes: Los recuerdos de experiencias intensas, ya sean positivas o negativas, condicionan nuestras futuras elecciones y comportamientos.
La Teoría del Procesamiento Dual señala que nuestra mente utiliza dos sistemas distintos para tomar decisiones: uno rápido e intuitivo (Sistema 1) y otro lento y deliberado (Sistema 2). Las experiencias acumuladas residen en el Sistema 1, influenciando nuestras decisiones rápidas y emocionales, mientras que el Sistema 2 nos permite tomar decisiones más analíticas y racionales.
Cómo sanar la relación con el pasado
Para sanar y aprender del pasado, es crucial equilibrar la memoria y la comprensión. Esto implica aceptar nuestras experiencias tal y como fueron, sin juzgarlas ni anclarnos en ellas. La aceptación nos libera, permitiéndonos extraer lecciones útiles y seguir adelante.

Por ejemplo, en lugar de obsesionarnos con errores pasados, podemos analizar cómo estos nos moldearon para tomar mejores decisiones en el futuro. La psicoterapia y la introspección también son herramientas valiosas para identificar patrones dañinos y transformarlos en oportunidades de crecimiento.
Cuando dejamos que el pasado nos informe, en lugar de controlarnos, nos convertimos en agentes activos de nuestro presente y constructores conscientes de nuestro futuro. La libertad no reside en olvidar el pasado, sino en entenderlo y usarlo para crear un presente pleno y un futuro enriquecedor.