«Esperando la felicidad» de Simon Coen

Estamos en pleno verano, época de diversión y de lectura. En esta ocasión os recomiendo el último libro de Simon Coen titulado «Esperando la felicidad».

El joven filósofo Simon Coen nos presenta su libro en este precioso prólogo:

esperando la felicidad

SIEMPRE QUE ME VOY UNOS DÍAS DE CASA, les dejo a los niños un pequeño dibujo en la hoja de un bloc de notas o en su pizarra. Con unos cuantos trazos esbozo un tren o un coche de cuya ventanilla se asoma un personaje que saluda con la mano y que se supone soy yo. Sustituye al texto escrito que solía dejarle a mi mujer antes de que tuviésemos hijos.

Una mañana, justo cuando estaba a punto de salir de casa para estar fuera más tiempo de lo normal, me acordé del dibujo. Dejé mi maletín delante de la puerta corredera de la cocina que está recubierta por una capa de pintura para pizarras y cogí una tiza de la caja que hay sobre el frigorífico.

Teníamos previsto reunirnos una semana más tarde en casa de mi suegra, en Amsterdam, a donde acudirían en nuestro Citroën Berlingo azul.
Empecé pintando la casa de mi suegra demasiado grande, pero como tenía prisa opté por dibujar más rápido en lugar de coger el borrador y empezar de nuevo. En unos cuantos trazos esbocé las casas colindantes, y me dibujé asomado a la ventana de la segunda planta, sonriente y saludando a un Berlingo bastante rudimentario.

Temí que, debido a la falta de profundidad en el dibujo, no captaran lo que representaba, así que cogí todas las tizas del frigorífico y empecé a colorear el coche de azul y la casa de naranja claro. Con tiza amarilla dibujé una luna con forma de uña y aún me dio tiempo a añadir una acera con cuatro amsterdammertjes, esos bolardos marrones típicos de la ciudad, antes de salir corriendo. Por supuesto, esos saludos dibujados van dirigidos a los que se quedan en casa, del mismo modo en que las palabras «nos vemos pronto» deben ocupar mi lugar hasta que vuelvan a verme. Sin embargo, los dibujos de despedida constituyen también un ritual con el que intento reprimir mi nostalgia.

Aquel dibujo en la puerta sigue estando allí y desde entonces anotamos con letra diminuta los artículos de la lista de la compra arriba, en el espacio que quedó libre junto a la luna.

Una noche, mientras buscaba un sitio donde añadir «detergente» a la lista, mi mirada se posó en el dibujo y recordé el año anterior, cuando había esbozado la imagen.

De repente se me ocurrió por qué los deseos pasados parecen siempre tan superados, no porque ya no los tengamos, sino porque ninguna imagen, ninguna representación es capaz de abarcar todo el deseo. La culpa no la tiene la imperfección de la representación, sino el carácter inagotable de todo deseo. Aunque las representaciones de nuestros deseos sean imperfectas, cada deseo exige una imagen, pues eso es lo que estamos esperando.

El dibujo de tiza, que representaba el deseo bastante banal de ser una familia reunida, conservaba el recuerdo de cómo éramos. Gracias a ello, me permitió asomarme a mis sentimientos de entonces, y vi que mis deseos no se habían colmado. No porque no nos hubiéramos reencontrado al cabo de una semana larga en casa de mi suegra en Ámsterdam. Al contrario, todo salió según lo previsto. Sino porque el sentimiento que nos produce un reencuentro nunca puede coincidir con lo que esperábamos de él.

Este libro trata de la naturaleza de ese deseo. De las imágenes que sustituyen aquello que queremos, pero no podemos abrazar.

Podéis adquirirlo aquí http://www.planetadelibros.com/esperando-la-felicidad-libro-93038.html o bien esperar a un concurso que publicaré en breve en el que los chicos de Planeta Libros regalarán un ejemplar al ganador.


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