Es algo habitual, y por habitual que sea no nos acostumbramos a ella: cada día nuestros diarios escritos publican entre 20 y 30 esquelas de personas que fallecen en nuestra Navarra, en Pamplona. Unos los conocemos otros nos suenan los apellidos y muchas veces algunos son de nuestro barrio, de nuestro entorno, de nuestra familia…
La gente se muere, pero no se mueren sólo los demás, un día nos tocará a nosotros y ese día formaremos parte de esas que la denuncia la al pueblo que hemos dejado de vivir. ¡Qué angustia nos crea solo pensarlo! Pero es la verdad.
Algunos lectores dejarán de leer este artículo, y se perderán una ocasión importante para reflexionar sobre la muerte de uno, de ti mismo; como les ocurre a otros, alguna vez nos tocará a nosotros, y es bueno tenerla presente y no olvidarlo, pero con sosiego, con paz y tranquilidad; esto se acaba y lo importante es que nos encuentre con las «manos llenas de cosas buenas y de satisfacción personal».
Nos cuesta aceptar este hecho de la muerte, es como si nombrándola nos viniera antes, y por eso nadie habla de ella.
Es un tabú cultural, unos tocan madera, otros dicen por favor, vamos a cambiar de tema; y otros muchos, en lo profundo de su intimidad, ven la edad -en las esquelas-, de quienes hoy han muerto y se dicen: «es más viejo que yo, normal que se muera», «demonio, es más joven que yo, qué mala suerte», «¡tiene mi misma edad!»… y, se nos hace un nudo en la garganta; sólo en la intimidad ritualizas el hecho cada vez que lees el periódico.
A veces -las menos-, coleccionamos esquelas. Un paciente tuve que sólo coleccionaba aquellas cuya edad era inferior a la suya, y ponía en un recuadro: «¡a éste le gané a vivir!» Y aumentaba la colección de sus esquelas.
Para muchos la muerte se convierte en una obsesión negativa, como si no pensando en ella, jamás viniera, o al revés: pensando más y más -obsesión-, la aparto de mí y me libro de la misma. Soler Serrano, de honrada memoria, le preguntaba al genio de Dalí: «La idea de la muerte ha sido otra de las obsesiones de su vida.» Y nuestro genio le contestó: «Sí, pero cada vez menos porque llegaré a tener la fe católica y creeré en la inmortalidad del alma y cuando se cree en la inmortalidad, el miedo cesará completamente». Eran los años 1977 y que volvió a publicar El Mundo el día 12 septiembre del presente año, con ocasión de la muerte del periodista.
Muy loco no debía estar, para decir lo que dijo. Muchos existencialistas han creído en la inmortalidad con la cercanía de la muerte. Porque la muerte nos iguala a todos, muere el rico y muere el pobre, muere el rey y muere el villano, pero creyendo en otra vida inmortal, las cosas se hacen más fáciles y no podemos olvidar el refrán sencillo de mi pueblo: «desde el día que nacemos a la muerte caminamos, no hay cosa que más se olvide, ni que más cerca tengamos». No pude ser ni más real ni más simple, pero recoge una cultura del olvido sobre el gran tema que nos importuna.
Quienes tienen fe en el más allá creen que hay otra vida, no importa el nombre que se le dé, pero otra vida diferente, nueva, que jamás el ojo vio ni oyó las maravillas que tiene Dios preparadas para quienes creen en Él; con esta creencia la muerte no nos entristece tanto, muy al contrario: la vida no se termina, se transforma y adquirimos una mansión en el cielo sin hipotecas ni créditos, «con un jardincillo y un río por allí», para que la felicidad sea completa.
Podemos decir con Gandhi: si la muerte no fuera el preludio a otra vida, la vida presente sería una burla cruel. Nuestro poeta Machado decía algo que ya había dicho Epicuro: «mientras somos, la muerte no es, y cuando la muerte es, nosotros no somos»… porque ese no ser material se convierte en espiritual e inmortal.