¿Debemos hacerle saber a quien amamos, si vive en un mundo de fantasía, que la realidad es otra, aunque sea más cruel o dolorosa?
Creo que sí.
Como médico puedo dar testimonio de la importancia que tienen en la evolución de un paciente 2 aspectos aparentemente lejanos al tratamiento pero que influyen significativamente en el pronóstico y en el desenlace de su mal.
Me refiero a la conciencia de estar enfermo y a la voluntad de curarse.
El paciente que quiere salir adelante tiene muchas más opciones de hacerlo que aquel que sólo permanece pendiente de las consecuencias de esa enfermedad y se abandona por tanto a la suerte que le depare el acierto o no de su médico en las pastillas y brebajes que le recete.
Un síntoma es una señal de algo que no anda bien, un buen mensajero que nos avisa de que hay algún peligro del que ocuparse. Por lo dicho, una alerta no es una condena ni un obirtuario; pero, cuidado, tampoco es por sí misma la solución definitiva del problema.
Te preguntarás por qué te pregunto todo esto…Te explico:
Tomemos esa odiosa sensación de vacío interior (que casi todos conocemos) como si fuera un síntoma, una señal de alarma, un signo unívoco de una enfermedad del espíritu que llamaremos necesidad de lo espiritual
El conocimiento de su existencia y el deseo de librarse de esa nefasta vivencia podrían ser, paradójicamente, la mejor ayuda para empujarnos a recorrer el camino de un plano más elevado que reconduzca nuestra vida en dirección a esa olvidada espiritualidad.
Y eso suena muy beneficioso, aunque, una vez más, es sólo un anuncio, pues la sensación, por sí misma, no puede curar la enfermedad.