El porqué de nuestra insatisfacción: urgencia, presión y sentido

  • Distinguir lo controlable de lo incontrolable reduce estrés y devuelve foco.
  • La urgencia crónica vacía de sentido; los microhábitos lo reconstruyen.
  • Transformar la envidia en admiración impulsa disciplina y coraje.
  • Atención consciente, ritual y comunidad sostienen cambios duraderos.

reflexión sobre la insatisfacción y la urgencia

La felicidad es inversamente proporcional a la aceleración. A menudo vivimos en la urgencia para llenar el vacío que provoca nuestra avidez. Esa carrera permanente nos desconecta de nosotros mismos.

Sigo dándole vueltas al por qué de nuestra insatisfacción, de nuestra infelicidad y cada vez tengo más claro que gran parte de la responsabilidad la tiene una palabra que últimamente oímos hasta la saciedad: urgente, o, mejor dicho, el significado que le damos a esta palabra en el entorno laboral.

La tiranía de lo urgente y la ilusión de control

A menudo vivimos en la urgencia

Seguro que las siguientes frases o algunas parecidas te resultarán muy familiares:

Tienes una llamada urgente, la propuesta se tiene que mandar urgentemente, la reunión se adelanta, es urgente, contéstame a este email en cuanto lo leas, es urgente. Y el colmo de los colmos: es urgente que sea urgente, lo juro. Se lo oí decir en una ocasión a una encantadora secretaria desquiciada con un jefe déspota que necesitaba estar permanentemente excitado.

Pero, ¿qué nos pasa? ¿Es que acaso nos invaden los extraterrestres? ¿Viene un meteorito a estrellarse directamente contra la tierra? Demasiado Independence Day y demasiado Armageddon, demasiado Wall Street y demasiada Nueva Economía.

Nos lo hemos tragado, igual que nos tragamos en su día que nos tenemos que ganar la vida porque hay quien está convencido de que hoy para ser competitivo en lugar de ser competente hay que ser urgente porque etimológicamente urgir y apretar son una misma cosa. Vamos todos muy apretaditos y muy quemaditos en muchos sentidos ¿o no? Así vamos, corre que te corre, con prisas y más prisas, tirando millas, agobiados, con apretones de dientes y esfínteres.

Ante esta dinámica, una clave olvidada es diferenciar lo que controlamos de lo que no. Gastamos energía resistiéndonos a lo inevitable, y esa resistencia se convierte en agotamiento y frustración. Soltar lo incontrolable no es resignarse: es recuperar la calma para enfocarnos en lo que sí podemos transformar. La realidad no cambia siempre, pero cambia nuestra vivencia cuando cambiamos la mirada con la que la interpretamos.

En el delicioso libro Martes con mi viejo profesor su protagonista Morris S. Schwartz, el viejo profesor sabio y moribundo le dice lo siguiente a su amado alumno:

"Una parte del problema es la prisa que tiene todo el mundo, las personas no han encontrado sentido en sus vidas, por eso corren constantemente buscándolo. Piensan en el próximo coche, en la próxima casa, en el próximo trabajo. Después descubren que esas cosas también están vacías y siguen corriendo."

Se puede decir más alto pero no más claro.

¿De dónde nace la presión social?

presion social

La pregunta es: ¿dónde nace esta presión social? ¿No será que la presión nos la ponemos nosotros mismos? ¿No será que la presión aparece como resultado de no hacernos valer, de no ponernos límites, de no poner sentido común, de no escucharnos, de no sentarnos a hablar, a dialogar con los demás?

¿No será que la presión aparece cuando nos ponemos a hacer algo que realmente no creemos pero que debemos hacer para disponer de recursos que financien nuestro día a día y nuestros compromisos?

¿No será que la presión y su prima hermana, la depresión nacen en definitiva del miedo?

A esta trama se suma otra fuerza silenciosa: la envidia y el resentimiento ante el logro ajeno. Cuando miramos el éxito de otros como amenaza, desviamos nuestra energía de nuestro propio camino. La alternativa es transformar la envidia en admiración y motivación: observar qué hábitos, disciplina y coraje hay detrás de esos resultados, e inspirarnos para construir los nuestros. El éxito ajeno no implica nuestro fracaso; puede ser un espejo que nos invita a crecer.

Rituales, comunidad y cambio de narrativa

Transformar esta inercia no va de grandes gestos, sino de microhábitos sostenidos. Pequeñas acciones diarias, ritualizadas, crean acumulaciones poderosas con el tiempo: unas flexiones al despertar, unos minutos de estiramientos, diez páginas de lectura, un paseo breve, dos frases de gratitud antes de dormir. Lo pequeño, hecho cada día, se vuelve estructura y, con el tiempo, identidad.

Estos rituales se sostienen mejor en comunidad. Un grupo que comparte propósito, conversa sin juicio y acompaña en la práctica multiplica la adherencia al cambio. A la vez, es vital cultivar la atención y el silencio consciente: no hay reflexión sin quietud ni aprendizaje sin escucha. Ese espacio interior nos da perspectiva para elegir bien qué soltar, qué priorizar y cómo responder.

  • Microhábitos posibles: 10 minutos de respiración consciente, escribir tres ideas clave del día, caminar a paso ligero, preparar con antelación la comida saludable de mañana.
  • Reencuadre mental: cuando aparezca la urgencia, preguntarte: ¿qué de esto depende de mí ahora?, ¿qué puedo soltar sin culpa?, ¿qué acción pequeña puedo hacer hoy?

Al final, se trata de ajustar el enfoque y fortalecer la actitud para que, aunque lo externo no cambie de inmediato, cambie tu mundo interior; y, con él, la forma en que tu realidad te responde.

Espero tu respuesta.

Álex

Extracto del libro La brújula interior de Álex Rovira.